Loop

Era jueves y me encontraba en una funeraria, acompañando a una familia en aquel espacio en donde se entrega con dignidad el cuerpo de un ser amado desaparecido durante el conflicto armado que vivió Colombia a principios del dos mil.

Había muchos sentires de lado a lado, los de ellxs, de la familia, y los míos, desde el chaleco. Mi voz se quebraba por la imposibilidad de romperse a cantaros no solo por esta desaparición, sino por la carga emocional, psíquica y física de ser un hombre que trabaja buscando personas dadas por desparecidas. La voz entrecortada, hablando con pausa. Ojos llorosos. Agradecimientos, palabras lindas y de consuelo.

En un receso, necesité, necesitamos, aire. Salí a la puerta del recinto y observé cómo el viento de las diez de la mañana movía las hojas de los árboles. Me disocio. Llantos, otros llantos, me hacen bajar la mirada y en la puerta, vi a otras dos madres que llegaban llorando desconsoladas a la funeraria. Venían a comprar ataúdes para dos hombres jóvenes muertos en los combates de la guerra actual en el Cauca.

Eran cuerpos que, hasta ese día, no habían podido ser recuperados. 

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Soy retazos